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Silencio y Soledad existencial como sentido del duelo

Laura Wiener Orvañanos


¡Hoy mi padre ha muerto! O quizás ayer o hace unos días, no lo sé. Mi no saber no se refiere al mismo que experimentó Meursault al recibir el telegrama del asilo en el libro que Camus tituló El extranjero. Más bien está orientado en preguntarme ¿qué es morir? ¿cuándo realmente muere para mí mi padre? ¿acaso ha dejado de existir? ¿en qué consiste su finitud? Aislada de la vida cotidiana empiezan a llegarme estas preguntas, lo que provoca, inevitablemente junto al dolor, la aparición de esta angustia que me abruma y que me tensa los músculos. Ya lo decía en su momento san Agustín ante la tragedia humana: “¡Oh monstruo de la muerte y profundidad del alma”.

Entre sentimientos de culpa y alivio, me doy cuenta de que mi inquietud no está en tratar de definir uno de los misterios que hasta hoy ninguna ciencia ni filosofía ha podido responder, eso me parece inútil. Mi reflexionar más bien se enfoca en querer transitar está pérdida a través de algo más profundo, aquello que me sirva de guía para vivir el dolor y el vació que siento. Ahora bien, sí la muerte es un gran misterio que no tiene respuesta ¿por qué las personas se empeñan en querer saber qué es la muerte? No sería más conveniente preguntarnos ¿cómo vivir con el dolor de la pérdida del ser querido?

Desde el punto de vista filosófico la muerte ha sido considerada como un problema, una especie de “situación límite” en nuestra existencia. Una situación ante la cual la persona experimenta absoluta soledad donde se despliega un sentimiento de desamparo y se enfrenta a una realidad doliente que conlleva sufrimiento. Es entonces que la muerte es vista como una parte esencial de la vida, y no como una simple consecuencia natural o biológica. La muerte es considerada como una realidad que nos confronta con nuestra propia finitud y limitación, y que nos obliga a confrontar el sentido y el propósito de nuestra existencia.

Si hablamos desde la perspectiva existencial, la muerte no es simplemente el final de la vida física, sino que también implica la pérdida de todas las posibilidades y proyectos que podríamos haber realizado en el futuro. La muerte nos obliga a reflexionar sobre la forma en que hemos vivido nuestra vida hasta ahora y a reconsiderar nuestras prioridades y valores fundamentales.

En este tiempo pareciera que lo descrito anteriormente se cumple en mi como una profecía, me siento alienada y mientras los amigos, la familia y las personas cercanas me aconsejan diferentes formas de cómo transitar esto que la vida me está preguntando, lo que yo más busco es el cómo vivir mi dolor. Por momentos siento que la vida se ha detenido y aprovechando este receso en el camino, me doy cuenta de que en esta pérdida yo no puedo controlar la ruptura interpersonal que surge del vacío físico que mi padre deja en el mundo. Aun entendiendo esto, continúo preguntándome el cómo no perderlo para siempre. Me pregunté una y otra vez ¿cómo puedo conservar su existir en mí? De pronto mientras estaba atendiendo asuntos del sepelio se cruzó en mi camino una frase que me orientó a entender por dónde quería seguir y decía así: “La persona sólo muere cuando se le olvida; si puedes recordarme siempre estaré contigo”, ¡wow qué lindo! Pero ¿qué se quiere decir con “recordarme”?

Sin duda una forma con la que lidiamos inmediatamente al tener una experiencia de perdida es la de la ruptura o separación con el cuerpo del-otro. Durante la pérdida de pronto llega un vacío que se siente al darse cuenta de que ya no podre vincularme desde la parte sensitiva, se lamenta el hecho de que ya no van a tenerse caricias, ni abrazos, no se van a escuchar sus risas, ya no se va a sentir su presencia. Por esto, no me cabe duda de que, esta separación con la parte biofísica del ser pone énfasis en el dolor, ya que mucha de nuestra experiencia con el-otro se teje a través del cuerpo, de esta parte humana con la que estamos físicamente presentes en el mundo, con la que abrazamos y miramos. Es una sensación de soledad en este mundo porque se ha difuminado esta forma de sentirse vivo.

Inevitablemente con estos pensamientos empieza también a pronunciarse el extrañar los momentos juntos, en mi caso los días que íbamos al cine, las horas que pasábamos conversando de tenis, los consejos sabios que me compartía, las discusiones defendiendo cada quien a sus candidatos al Oscar, las horas que escuchaba sin aburrirme las historias de su vida. Es entonces que entendemos que lo que impacta fuerte en este desprendimiento, además de la pérdida física, es esta soledad existencial que se hace evidente al haber perdido una relación significativa y valiosa. Es darnos cuenta de que llegamos solos a este mundo y de la misma forma vamos a partir.

Los días van pasando y algunos de mis seres queridos buscan que me distraiga, parece que no les gusta verme en la tristeza y quieren que me ocupe, que ya no lo piense ni lo sienta. Ahora lo que me pregunto es ¿acaso este fin es el final? Lo que podríamos entender es que, la muerte, si otorga el fin a la vida temporal de la persona pero no marca el final de su existencia pues esta se extiende más allá de la muerte. La vida temporal ha cesado, lo que queda es lo profundo del existir, lo que ha sido valioso y todo aquello que nos vincula. Esto es lo que quiero conservar de mi padre en mí.

Tratando de responder algunas de mis preguntas me seguí preguntando, pero, como la vida no se detiene escucho mucho ruido del mundo a mi alrededor, el murmullo de la cotidianidad, las prisas del quehacer, la urgencia en el trabajo, la convivencia con la familia y algunos que otros deberes. Entonces lo que más quería y necesitaba era estar en silencio, un silencio de los que me dicen que todo va a estar bien, de los que me quieren distraer, necesitaba encontrar la voz del silencio interior.

Pareciera loco lo que voy a decir pero la vida tiene sentido si la muerte tiene sentido. La vida humana es un proceso dinámico entre sentimientos pensamientos y valores. Si la vida fuera indefinida, sin fin, sin muerte, sería inútil tener el proceso y su contenido. La vida humana posee una sana tensión entre el principio y el fin, es así como la vida de la persona cobra una importancia trascendental gracias a la muerte. Con esta reflexión surgen más dudas y me pregunto ¿cómo conservar esta sana tensión que mi padre vivió?

El silencio suele describirse como la ausencia de sonido, sin embargo es también un sonido muy poderoso. El sonido de la impermanencia nos desconecta del silencio interno aquel que nos abre una vía profunda que nos conecta con nuestra soledad existencial. Es entonces que a través de este dolor encuentro necesario entrar en el silencio interior, el que me permite estar cerca de mí, alejarme del murmullo de la vida para poder observarme y escuchar.

El silencio existencial es poder escuchar la voz de mi conciencia para seguir esos dictados que me dirigen al sentido, a lo que es valioso y trascendental. Cuando escucho esta voz estoy escuchando a mi ser auténtico. Dar voz al sufrimiento es la condición de toda verdad. Es el timón que va dando dirección, la brújula que me señala la persona que puedo seguir siendo a pesar del dolor. En este silencio puedo descubrir qué necesito para poder acudir a mis recursos y proyectar una vida para continuar. En este a priori el dolor, por medio del silencio interior se torna en la voz que señala el camino. El del amor.

Dar una voz al sufrimiento se convierte en una condición esencial para experimentar y expresar el amor genuino. A través de esta experiencia confirmo la teoría de que el sufrimiento es una realidad inevitable en nuestras vidas. Negar o reprimir este sentimiento nos puede conducir a una desconexión con lo valiosos con aquello que amamos. Sin embargo, al abrirnos a la experiencia del sufrimiento desde la experiencia del amor con ese otro nos permite conectarnos y que la existencia del ser amado permanezca en la trascendencia.

Entiendo que cuando estoy cerca de mí puedo aceptar lo que es inevitable, aquello que me está causando una inestabilidad emocional, un desequilibrio racional y un desajuste físico. Esto pasa porque como ser humano tengo la capacidad de observarme, de verme a mí mismo, de ser observador y observado, de ser testigo y protagonista al mismo tiempo. Cuando yo me observo puedo hacerme preguntas como ¿quién soy yo sin ti? ¿qué quiero hacer con mi dolor? ¿cómo te conservo en mí? Estas preguntas son inherentes a la soledad de nuestro existir.

Además, el silencio nos permite procesar y reflexionar sobre nuestro dolor de una manera más profunda. Nos brinda la oportunidad de examinar nuestras experiencias, encontrar significado en ellas y aprender de ellas. En el silencio, podemos buscar respuestas a preguntas difíciles y encontrar una claridad que puede guiarnos hacia la sanación y el crecimiento.

Cuando hay sufrimiento, la soledad existencial toma una forma más profunda y surge de la brecha insalvable que hay entre el individuo y aquello valioso que se ha perdido. Nos muestra que habitamos un mundo propio que nadie más conoce ni tiene acceso. Nos lleva a ese lugar en donde están los recuerdo más significativos y conmovedores y además, nos despierta un dialogo con nosotros mismos con el que podemos conseguir darle sentido y trascenderlos.

El sufrimiento vivido a través del amor también puede ser un catalizador para el crecimiento y la transformación personal. A menudo, nuestras experiencias más dolorosas nos enseñan lecciones profundas y nos ayudan a desarrollar una mayor comprensión de nosotros mismos y de los demás. Al reconocer que el dolor surge de la pérdida de aquello valioso, de aquello que amamos, nos volvemos conscientes de nuestras necesidades, deseos y valores, lo que a su vez nos permite establecer relaciones más auténticas y satisfactorias y toma sentido aquello que vivimos con ese ser que hemos perdido. El amor se vuelve un instrumento de conexión con aquello que trasciende.

Ahora voy comprobando que si hay forma de que mi padre perdure en mi más allá de su último aliento. Aunque su cuerpo se descomponga y regrese a la tierra, la huella que ha dejado a través de su existir quedan en mi corazón. En mi permanecen sus sabias palabras, el cariño en su mirada que me mostraba quien puedo ser, las historias que compartimos, las cosquillas y las risas. Todo esto se convierte en un legado que van resonando ahora en mi para sus nietos. Aquella esencia que se fue construyendo mediante su existir queda grabada a través de sus acciones y valores.

Ahora me quedo con todos aquellos momentos de sentido al estar uno-con-el-otro y así poder conservar para siempre tu existir en mí.


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